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“Después del ictus queda toda una vida de recuperación”

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A finales de 2014, Alberto Esquenazi dejó la presidencia de la Asociación Americana de Rehabilitación y Medicina Física. Aunque este mexicano de 58 años recalca que lleva 33 años en EE UU, mantiene el acento de su tierra natal. De natural optimista —“lo son todos los rehabilitadores”—, no duda en que “después de un ictus queda toda una vida de recuperación”.

El ictus, esa destrucción repentina de una región cerebral, afecta en España a unas 130.000 personas al año. “Luego empieza la recuperación neurológica, que tiene dos fases”, dice Esquenazi. En una primera, “que dura seis meses, el cerebro hace lo que puede” para restaurar las conexiones neuronales destruidas. “Luego viene la etapa rehabilitadora. Es cuando el cerebro deja de seguir intentándolo, y se requiere una estimulación exterior”, explica Esquenazi. “Conviene que comience cuanto antes”.

Curiosamente, esto no ha sido siempre así. Hasta no hace demasiado se esperaba a ver qué lograba el cerebro, indica el médico. Y luego se hacía muy poco. “¿Y sabes de quién era la culpa? De un español, Ramón y Cajal, que decía que el cerebro era inmutable, y que no se podía regenerar”, comenta con sorna.

De alguna manera, la rehabilitación después de un accidente cerebral es una contradicción de esa tesis del nobel español. “La neurorrehabilitación ha crecido mucho; ve no solo lo inmediato, sino a la larga”, afirma el mexicano. Y esto, insiste, es aplicable a todos los pacientes. “No importa en qué situación estés; siempre podemos encontrar algo y mejorarlo”, dice. Claro que los progresos se hacen más obvios en los primeros meses. “La recuperación es un proceso de aprendizaje que dura toda la vida, pero que se va lentificando. La mejoría no es tan significativa con el paso del tiempo”. Pero él insiste en la necesidad de mantener el impulso. “Uno no ve el cambio porque es muy paulatino, pero no hay que desanimarse; yo siempre les digo que no se olviden de dónde vienen”.

La rehabilitación tiene una parte física que es la más conocida: gimnasios, piscinas. Pero Esquenazi afirma que eso está cambiando. “Hemos pasado de las paralelas a los robots”, dice. Estas máquinas “no sustituyen el ejercicio, pero lo acompañan y lo hacen más preciso”. No es como la gimnasia pasiva, defiende. “Además, sabemos que las áreas cerebrales que se activan con el movimiento activo y el pasivo son distintas”, explica.

Pero hay otro componente de la rehabilitación, el farmacológico, cuyo empleo va en aumento. Precisamente, Esquenazi ha vistado Madrid para participar en GESTIBOX, una jornada de jefes de rehabilitación de España organizada por el Allergan con el aval de la Sociedad Española de Rehabilitación y Medicina Física (SERMEF). El motivo: la reciente aprobación del uso de Bótox en pies y tobillos para combatir la espasticidad de los músculos tras el ictus, un síntoma que padecen más de 180.000 personas que han tenido este incidente.

“La espasticidad es una sobreactividad muscular. Pero se puede modular”, explica el médico. Puede aparecer justo después del accidente cerebral, o tiempo después como consecuencia de las alteraciones cerebrales —él síndrome de la neurona motora superior, lo llaman los especialistas— sufridas. Ello supone síntomas positivos —“en el sentido de sobreactividad, no de que sean buenos”— entre los que el más destacado es la espasticidad; y hay otros “negativos, como la debilidad o falta de control”. “Contra los últimos no podemos actuar farmacológicamente, pero contra los primeros, sí”, dice Esquenazi.

Ahí interviene la toxina botulínica. “La descubrió un oftalmólogo para tratar el estrabismo en niños; de ahí pasó a niños con parálisis cerebral, a adultos con parálisis cerebral, y a adultos con distonía cervical”, cuenta Esquenazi. Actualmente tiene aprobadas una decena de aplicaciones, por ejemplo para la migraña y la incontinencia. “En otros países se usa en ictus también para la cadera y rodilla”, dice, aparte de los usos en manos, codos, muñecas y pies. “Es lógico porque en el movimiento de las extremidades hay una conexión”, reflexiona.

El funcionamiento de la toxina, que debe inyectarse tres o cuatro veces al año —no más— consiste en una atenuación del impulso nervioso que causa que el músculo se active (la espasticidad). “Tiene la ventaja de que es específica. Si estudiamos al paciente y vemos que están afectados los músculos extensores, podemos actuar solo ahí”. Pero no solo. “Hay que acompañarlo de estiramientos, por ejemplo”, dice. Es como un ejemplo de multidisciplinariedad, de la pervivencia de la rehabilitación tradicional —la medicina física que dicen los especialistas— junto a tanto avance.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/05/07/ciencia/1431006798_428717.html

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